jueves, 10 de noviembre de 2011

Generalidades

Situado a 12 kilómetros de la ciudad de Piura, es el rincón más tradicional del departamento por su festividad religiosa de la Semana Santa, por las costumbres de sus habitantes, sus chicherías, sus comidas, sus indias pollerudas, su industria de sombreros de paja, su áurea orfebrería y su alegría. Es además, la fuente obligada de los piuranos. Bajo la bandera blanca se sus chicherías, aplaca el rigor de las horas aceradas y bullentes del mediodía así como el de las horas plateadas de la tarde.


Catacaos es la obra de la filantropía. Levanta sus casas modestas y sus chozas de caña de guayaquil y de “pájaro bobo”, sobre los terrenos del año de 1645 obsequió a los indígenas de la región el Bachiller Don Jerónimo de Mori Alvarado, Vicario de la parroquia. Su vida transcurrió como la del resto de los pobladores piuranos, en el medio del silencio, sin protagonizar acontecimientos trascendentes. Es a principios de este siglo que Catacaos toma importancia, con su producto de sombreros de paja de toquilla.


Sus sombreros se exportaban a Alemania por el comerciante Don Manuel Oliva, abuelo de Don Humberto Requena Oliva. Otro de los exportadores fue el ciudadano español Don Bonifacio Cabredo. La fibra de los sombreros tejió fortunas, como la de la firma Romero, entre otras. Ahora esta artesanía se encuentra en declive, pero con posibilidades de un futuro reverdecer.


Los sombreros que antes armaban verdaderas ferias los días domingos en la abandonada calle Comercio de la Villa, se clasifican según la textura, brillo, unión de la paja. La leyenda afirma que hubo tiempos en que los mejores sombreros de Catacaos podían colocarse en el bolsillo superior del saco como si fuera un pañuelo, por los blancos, ligeros y finos. Lo cierto es que ahora se teje pocos sombreros finos.


Catacaos es también la tierra de las chicherías, en cuyas puertas se levantan las banderas blancas que anuncian la chicha fresca, espumante y generosa. Sobre el suelo de tierra de la chichería se amontonan los cantaros de simbilá, con su espirituoso contenido. Sobre las mesas rústicas de madera, se llenan “los potos” –calabazas pulidas y vacías- que levantan la espuma del “claro” y “del destilado”. Y en torno a los cántaros pequeños, -“chirihuacos”- y el poto que debe llenarse cuando se encuentra bien seco, para que la chicha levante su espuma sedosa y fresca, se sientan los piuranos a calmar su sed. Allí se pasan el poto de mano en mano y de boca en boca, los “blancos” piuranos que humedecen sus paladares con la bebida del indio. Allí los cholos en mangas de camisa, los indios del campo, de la comunidad, “secan” los potos de un solo “bebe”, para limpiar la garganta reseca con el polvo del algodonal y la fatiga de la rigurosa “paña” de las motas blancas


Cada año miles de turistas recorren la calle Comercio para adquirir joyas, sombreros y otras artesanías propias de la región.

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